En el complejo y aun inexplicable 2020 se ha comenzado a hablar, a nivel global, de un sorpresivo retorno al Estado, como gestor de la crisis post pandemia, incluso en el sector de la energía, donde primaron los intereses privados de manera tradicional.

 

EDICIÓN 88 | 2020


ENERGÍABolivia

 

Según algunos analistas, esto ocurre debido al asentamiento del nuevo orden mundial en el planeta; liderado por China, con toda su indumentaria, clivajes, códigos, ideología y formas de hacer y pensar el mundo; desde una óptica más estatista y que está siendo presentada como una propuesta civilizatoria de conectividad y prosperidad compartida pero también de astucia, como principio ordenador.

 

Dentro de este nuevo orden, el Estado no ha perdido su preeminencia frente al mercado y, al parecer, sería la única instancia, post pandemia, que podría lidiar con la gestión de la crisis, mediante un control financiero estratégico como la emisión de dinero, por ejemplo; marcando el “cambio de época”, precedido por una pandemia que tiene al mundo de rodillas.

 

El sueño chino, un libro de Oswaldo Rosales, publicado hace algún tiempo por la CEPAL, refiere que al inicio de la era Trump, Mike Pence definió a China como el principal adversario de los Estados Unidos y explicó que el objetivo de la administración Trump era enfrentar a ese país en todos los planos: en política comercial, industrial, tecnológica; en el presunto robo de propiedad intelectual, en los ataques cibernéticos y en el plano militar.

 

“Las acusaciones de Pence dejaron poco espacio para el diálogo y la negociación. En efecto, según Pence, China emplea todo tipo de recursos para ganar influencia en los Estados Unidos”, por lo que de acuerdo a esta lectura se podría inferir que la administración Trump trató de vetar, probablemente sin éxito, el sueño chino y que, perdidas las elecciones, la influencia del país asiático en cada uno de los principales temas de la agenda internacional, dejara de tener interferencias.

 

Si así fuera, lo decretado en el Foro de Davos 2018 de que el mundo tenía en Xi Jim Pin, un nuevo rey, frente a un claro repliegue de EE.UU., el despliege Chino a nivel global cobra mayor vigencia, sustentado por la ambiciosa iniciativa conocida como la Ruta de la Seda, que contempla una inversión masiva en infraestructura y el desarrollo de nuevas rutas comerciales, para establecer nuevos, mayores y mejores intercambios comerciales.

 

EN EL SECTOR ENERGÉTICO

 

Los pronósticos de la Agencia Internacional de Energía (AIE) señalan, ya a fines de este año, que la demanda de petróleo caerá a los niveles de 1995 y que la recuperación no será rápida ni homogénea. Ergo, indica que la industria del petróleo a nivel mundial ha sido uno de los sectores más dramáticamente golpeados por la pandemia del denominado COVID-19. En esta misma línea, distintos reportes de prensa señalan que los cambios en el mercado petrolero internacional, como consecuencia de la guerra de precios entre Rusia y Arabia Saudita, la confrontación comercial entre Estados Unidos (EE. UU.) y China, además de la pandemia por Covid-19, no solamente han impactado sobre las economías de los principales países productores de petróleo, como EE. UU., Arabia Saudita y Rusia, sino a nivel mundial.

 

 

En este marco, y luego del colapso de precios, la sobreoferta y los acuerdos de la OPEP+, lo que existe en el sector, considerado como el más poderoso de la agenda económica internacional, es una gran perplejidad agudizada por los efectos de la pandemia, contorneando un sector en crisis y enfrentando el peor momento de su historia.

 

¿MEDIDAS PENDULARES O PREMINENCIA DEL ESTADO?

 

Saturado de dudas y sorpresas, en América Latina el sector se desempeña en medio de medidas pendulares: privatizaciones, como es el caso concreto de Petrobras en Brasil; pérdida de ingresos por concepto de la venta de hidrocarburos, en lo que a Bolivia respecta; y, una notoria recurrencia al Estado como una forma de encarar la crisis del sector, en varios países de la región, por recomendación de los propios organismos internacionales.

 

“…la producción de shale gas y shale oil cumple quince años de producción ininterrumpida aunque compleja en EE.UU…”

 

Se argumenta, incluso, que el triunfo de Luis Arce Catacora, como el nuevo presidente de Bolivia se debe, en mucho, a la necesidad de que sea el Estado; junto a los apoyos fiscales, rescates y otros mecanismos financieros, además de la reestructuración de la industria petrolera, el encargado de enfrentar la actual situación de crisis económica agudizada por el Covid-19 y por una especie de “consenso” supranacional, a cargo de China.

 

¿DESAFÍO O IMPOSICIÓN DE LA CHINA?

 

En este punto es cuando Rosales habla del desafío chino de reconquistar el lugar central que el país tuvo en la civilización y economía mundiales hasta el siglo XV, como parte del sueño chino, que hace parte de su cultura milenaria. Se trataría, entonces, de una dinámica que avanza en la reconquista del “Reino del Medio” que ocupaba un lugar central en la economía mundial y, por ello, dice, que la interacción y la convivencia entre la potencia actual y la emergente, serán los principales temas de la economía política y la geopolítica del siglo XXI.

 

El autor sostiene que “China es la civilización más importante de la humanidad, la más antigua y además la única que mantiene un hilo de continuidad histórica de cinco mil años, hasta nuestros días” y, agrega, que lo llamativo de esa continuidad es que, después de cada período de guerra civil, caos, violencia y desmembramiento, el Estado chino logró reconstituirse “como una inmutable ley de la naturaleza.”

 

CAÍDA DE LA DEMANDA

 

Por el momento y según la AIE, la pandemia provocó una caída de la demanda de petróleo a nivel mundial de alrededor de 30% en comparación con el año 2019, generando alrededor de 9 millones de barriles diarios de superávit, ocasionando un déficit importante de infraestructura para almacenar este hidrocarburo.

 

Asimismo, indica que la nueva guerra de precios desencadenada en marzo pasado entre Rusia y Arabia Saudita, agravó la caída de los precios en más de 10%, llegando a niveles que no se veían desde los años ’90.

 

En 2019 Ristad Energy, empresa de inteligencia energética de Noruega, alertó que el panorama para 2020 no sería bueno, debido en parte a la recesión económica, la guerra comercial entre China y EE. UU., al enorme endeudamiento de las empresas petroleras de hidrocarburos no convencionales y a los informes sobre la caída de producción de gas y petróleo de esquisto en Texas, que provocaría una disminución en la producción de EE. UU. Esta misma empresa señala que después del brote de Covid-19 en China y su expansión por el mundo, vinieron dos procesos que hicieron caer los precios del petróleo: la guerra de precios de Arabia Saudita y Rusia, y el confinamiento de media población mundial.

 

¿DÉBILES PERSPECTIVAS DE LOS SHALES?

 

Un enfoque de Deloitte señala, asimismo, que este año la producción de shale gas y shale oil cumple quince años de producción ininterrumpida aunque compleja en EE.UU puesto que este sector no ha mostrado fortalezas pese a haber logrado la autosuficiencia energética en el país más poderoso del mundo hasta ahora.

 

Deloitte asegura que la industria del shale perjudicó 450 mil millones de dólares de capital invertido y tuvo 190 bancarrotas desde 2010, agregando que no descarta que EE. UU. vuelva a convertirse en un importador de petróleo en el corto plazo, por lo menos hasta que los precios se estabilicen y vuelva a ser rentable extraer petróleo.

 

“…una dinámica que avanza en la reconquista del “Reino del Medio” que ocupaba un lugar central en la economía mundial…”

 

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